Sin duda era el día más frío de todo el otoño, papá miraba
la camilla de enfrente, donde un hombre intubado se esforzaba por vivir. Yo vi
como sus ojos dejaban escapar la añoranza de casa, quería sentir el calor de
una cama, el sonido de los perros ladrando afuera y la comida mal servida de
Martha.
Parada a su lado solo podía acariciar su mano. "Hola
papá" le dije mientras de poco regresaba su mirada hacia mí. Con
movimientos lentos se acomodó en la camilla. Todo conectado de arriba a abajo,
se quejaba del dolor "ya no quiero" me dijo y a mí se me hizo un
hueco en el estómago. Le apreté la mano fuerte mientras la enfermera le
administraba el antibiótico. Papá empezó a platicar, a duras penas podía
terminar una frase, tenía que hacer pausas largas para recuperar el aliento.
Entre palabra y palabra empezó a acariciar su cabeza, me dijo "siento que
me jalan...", su pulso aceleró, frunció el ceño y como si un demonio se
apoderase de su cuerpo se quebró, vi cómo su espalda se arqueaba hacia atrás y
la cabeza la agitaba violentamente mientras ponía los ojos en blanco, soltó mi
mano como si su fuerza no existiera más que para contorsionarse. Alarmada y
temblorosa corrí por el médico quien llegó en seguida y me pidió que esperara
fuera. ¡Vaya! debió ser el minuto y medio más largo de mi vida, con las manos
sudorosas e inquietas me abrazaba a mí misma mientras me asomaba de lejos sobre
los hombros de las enfermeras que iban de cama en cama mientras papá se
desvivía.
Una mano se asomó desde la camilla donde estaba papá,
"ven" me dijo el médico, al acercarme con el semblante descompuesto
"está bien" dijeron "debió ser el antibiótico". Tomé la
mano de papá de nuevo, lo agarré fuerte, como no queriendo dejarlo ir. Sus ojos
azules, de ese azul que tiñe el cielo y el mar, estaban acuosos, llenos de
miedo, le dije que todo estaba bien, él temblando más que yo. Me miró como si
quisiera gritar y de nuevo dijo "ya no quiero..." intenté calmarlo
diciendo que sólo había sido una mala reacción al medicamento, insistía que no,
pero yo era terca repitiendo que todo estaba bien, pero no lo estaba. Empezó a
quedarse dormido, sus piernas dejaban de temblar y los ojos lentamente se le
volteaban hacia atrás, algo le estaba jalando como dijo él "¡papá
despierta!" le decía mientras le sacudía la mano. "Y si se
muere?" me preguntaba yo "y si esto es lo último que veo de él?"
una con torsión impresionante, el pulso bajo y las pupilas chiquitas casi
nulas. Me sudaban las manos y la presión de mi cuerpo se bajaba porque yo podía
sentir el frío en mi espina, me empecé a marear, pero sabía que tenía que ser
fuerte, muy fuerte y sensata
Pero no lo fui, ni fuerte ni nada. Papá aún consciente pero
débil me pidió que le hablara a mamá y a José Manuel, mi hermano. Histérica
ahora busqué el teléfono celular en mi bolsa. Rápido, desbloquear la pantalla
un intento tras otro, pero mis mano sudadas y temblorosas no lo conseguían,
tras varios intentos logré desbloquearlo, buscar contactos: listo, marcar a
mamá, listo, ahora esperar a que conteste. ¿Cómo esperaba yo que mi padre
resistiera a que siquiera conectara la llamada? No lo sé, todo me temblaba y me
daba vueltas al mismo tiempo, quería soltarme a llorar mientras veía como papá hacía
intentos por respirar y a la par mantenerse consciente “¿Ya vienen?” me
preguntó mientras yo le intentaba sonreír diciéndole que ya me estaba
encargando de eso. ¿Cómo se encarga uno de hacer sentir tranquilo a alguien
mientras muere? Tampoco lo sé, asumo que uno tiene que verse ridículo, como yo
en ese momento, seguramente creemos que es un chiste, cualquier cosa la que
pasa, “no puede ser fatal” es lo que pensamos, ¡Caramba, es la muerte, claro
que es fatal!
Una enfermera se acercó, se dio cuenta de que algo iba mal
con mi paciente y me dijo “Ya es el cambio de turno, si viene mi compañera y te
pide que esperes fuera dile que le estás ayudando a tu papá a comer” me le
quedé viendo como si no entendiera nada, pero creo que yo asentí con la
cabeza porque me sonrió y se dio la vuelta. “Me voy a morir” me dijo papá
mientras se le ponían los ojos en blanco “¡Papá! ¡PAPÁ!” le grité mientras
sacudía su brazo con fuerza “Papá no te duermas” le pedía llorando cuando a su
vez su respiración se volvía violenta y espasmódica. Con el teléfono aun pegado
a la oreja intentaba buscar a mi alrededor por ayuda.
“¿Hola?” mamá estaba del otro lado de la línea y yo sin
darle tiempo de entender lo que pasaba le grité que tenía que llegar al
hospital lo antes posible. Qué ingrata la vida, papá se iba por instantes “aquí
estoy” le decía cada vez que apretaba su mano fría, que se extinguía con cada
minuto que pasaba. José Manuel estaba fuera del hospital, esperando cualquier
noticia así que le hablé y le pedí que sin importar lo que le dijera el guardia
de la entrada se escabullera de alguna forma para ver a papá. Y así fue, casi de
inmediato sentí detrás de mi su respiración pesada, al voltear le vi los ojos
terriblemente abiertos y las manos temblorosas.
“Despídete” le dije con un dolor que aun me pesa. Me miró
iracundo, diciéndome con los ojos que no iba a morir. No le hablé más del caso,
le comenté lo mismo que me había dicho la enfermera y revisé la hora, mamá no
tardaría en llegar. Pude haberme quedado con mi hermano y mi padre, pude haber
esperado a que llegara mamá y los cuatro juntos esperar a que la respiración de
papá dejase de existir. Sé que fui cobarde porque aun cuando mi hermano me
estaba relevando yo pude haberme quedado allí sin importar las reglas del
hospital, el hecho de que solo podía entrar un familiar por paciente y que la
hora de visita había terminado ¡Maldigo a las salas de urgencias!
Tomé la mano de papá con mucha fuerza, dándole un beso doloso
miré sus ojos; eran unos ojos cansados, asustados, llorosos, pero fuertes y muy
azules, no sabía si los volvería a ver así que con todo el esfuerzo de mi temblorosa
mirada retraté en mi memoria esos ojos tristes y celestes mientras me despedía
quizá para siempre de él.